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Memorias del X Coloquio Panel VII Mujeres y luchas emancipadoras

 “Voces anónimas del nacionalismo puertorriqueño”

Maribel Acosta Lugo, PhD

Departamento de Estudios Hispánicos

Universidad de Puerto Rico, Mayagüez

 

El cuento “Calle Aurora, Domingo de Ramos” de Yolanda Arroyo Pizarro tiene como marco uno de los eventos más cruentos y violentos, orquestado desde las altas esferas del poder, en contra de los nacionalistas: la Masacre de Ponce ocurrida el 21 de marzo de 1937, un Domingo de Ramos. En esta narración, la protagonista es una niña que rememora cómo dicho evento histórico marcó su vida, a la vez que presenta algunos de los profundos prejuicios, divisiones e inequidades raciales, genérico-sexuales, sociales y políticas del Puerto Rico de la época a través de su perspectiva. La inclusión de la Masacre de Ponce desde una mirada tradicionalmente silenciada por las versiones oficiales de la historia de la patria permite, por un lado, analizar cómo el texto cuestiona el pasado desde la liminalidad y, por otro, cómo contribuye al rescate y la apropiación del lugar negado a los subalternos en los procesos de marginación, lo que redunda en una propuesta contestataria, amplia e inclusiva de la identidad y la nación.

Para contextualizar la narración repasaré sucintamente algunos detalles de aquel fatídico día en el que el Partido Nacionalista convocó a sus filas para que marcharan de manera pacífica y simbólica en la ciudad de Ponce. Esta actividad contaba con la autorización del alcalde, José Tormos Diego, pero el gobernador norteamericano Blanton Winship ordenó que cancelaran el permiso y que se impidiera la manifestación. Los Cadetes y las Enfermeras de la República decidieron marchar a través de las calles Marina y Aurora como estaba previsto, pero fueron cercados por 150 policías que dispararon indiscriminadamente contra hombres, mujeres y niños. El resultado fue un total de 19 muertos y cerca de 200 heridos entre los que había manifestantes, espectadores y miembros de la policía. Con excepción de estos últimos, ninguno de los muertos portaba un arma, pero las autoridades intentaron encubrir esta masacre, alegando que los policías habían actuado en defensa propia. Sin embargo, los testimonios de hombres y mujeres valientes, así como las fotografías de la prensa del País, como la del periódico El Imparcial, en la que Carlos Torres Morales capturó el primer disparo, pusieron en evidencia la violencia del gobierno colonial contra los puertorriqueños. La Comisión Hays confirmó el atropello contra los nacionalistas y descartó las alegaciones de la policía, pero ninguno de los responsables de este crimen de estado fue procesado. En resumen, se puede afirmar que esta matanza de civiles desarmados buscaba la sangre de los nacionalistas y con ella intimidar a los puertorriqueños, en particular a los creían y luchaban por otro Puerto Rico.

Marcada por este suceso histórico, la narradora y protagonista de “Calle Aurora, Domingo de Ramos” carece de nombre propio, lo que apunta no solo a su marginalidad en la sociedad y a la de otros en situaciones similares, sino que refuerza la idea una identidad que todavía está en proceso de desarrollo. La niña también puede ver y conversar con los muertos, excepto con los que ella sigue queriendo a pesar de que ya no están; esta mirada infravalorada y negada por el paradigma dominante va reconstruyendo la Masacre de Ponce alrededor de un sentido de pérdida, en particular cuando su Titi y su amiga de la escuela, Georgina Maldonado, mueren asesinadas por la policía. Así, este suceso histórico marca, de forma violenta, el final de la etapa de la niñez y se convierte en un momento definitorio que incidirá en la vida de la protagonista. En el cuento, los acontecimientos históricos aparecen íntimamente enlazados con la descripción del entorno familiar de la niña, su mundo “privado”, con lo que la narración también subvierte el discurso historiográfico tradicional que fundamenta su autoridad en el efecto de realidad, apoyado en el ámbito de lo “público”. 

La casa de la protagonista constituye el espacio en el que ella se siente segura, amada y valorada, además, es el lugar en el que aprende modelos alternos de lo que constituye la familia, la sexualidad, lo puertorriqueño y la nación, fuera de las limitaciones del mundo patriarcal y el sistema colonial. El núcleo familiar de la niña está compuesto por la madre y la Titi, “quien dice ser hermana de mi mamá, pero que en realidad no es su hermana” (173). La niña intuye que entre ambas mujeres existe un vínculo diferente, pero no lo juzga, sino que lo acoge, ya que carece de los prejuicios de la sociedad. Este modelo refuta el orden simbólico tradicional al eliminar la figura central del padre, no solo como eje de la familia, sino de la nación para proponer otro que describe como: “un mejor mundo que ella y mi madre están construyendo para mí y los demás niños de Ponce, y los del resto de la Isla” (175). Las madres de la niña se vislumbran como las madres de la patria y en lugar de seguir un paradigma colmado de exclusiones y marginaciones exhiben otro diferente en el que sobresale la inclusión, el amor y la valoración de lo puertorriqueño. Por otro lado, la casa en el cuento no se idealiza porque no está exenta del dolor, ni de los efectos traumáticos del sentido de pérdida como se aprecia en la descripción de la niña al regreso a su hogar después de la Masacre cuando ella y su madre cargan “un vacío terrible y un silencio enlutado que pesa muchísimo” (179). Este lugar mantiene vivo el recuerdo a pesar del sufrimiento, lo que lo convierte en un refugio y bastión contra el olvido. 

La escuela, por el contrario, representa el lugar negado para la niña, al reforzar el rechazo, la marginación y la incomprensión de la sociedad al reproducir, mediante sus enseñanzas, la visión normativa falocéntrica y el coloniaje, ambos expuestos en conflicto directo con lo aprendido y vivido en el hogar familiar. El quiebre es múltiple, en primer lugar, los maestros solamente son hombres arrogantes, estadounidenses quienes no les reconocen a los puertorriqueños el derecho a luchar por vivir en un país libre. Además, ellos consideran innecesaria la educación de las niñas, futuras mujeres, como se aprecia en que la protagonista era la única en el plantel hasta la llegada de Georgina. En este espacio se impone el inglés como lengua oficial de enseñanza, convirtiéndola en un vehículo eficaz para suprimir la identidad nacional al suplantarla por otra que adelantara la transculturación a ultranza de los puertorriqueños. Por último, los maestros también rechazan al personaje principal por las actividades políticas de su tía a la que acusan “de ser una bravucona del partido” (174) y a quien “tienen fichá” (174). En esta frase queda implícito el rechazo y la persecución de la mujer por ser nacionalista y lesbiana, lo que quizás aún no puede entender o expresar el personaje principal por su edad. La única figura masculina en la escuela que muestra simpatía hacia la niña es el director puertorriqueño, quien le permite la entrada al lugar y comparte el ideal político de su familia. Es evidente en esta narración que las figuras masculinas y lo estadounidense quedan relegados a un segundo plano a pesar de la relevancia y centralidad que les confieren la sociedad patriarcal, las versiones oficialistas de la historia y la política colonial insular.

La calle Aurora, aquel fatídico Domingo de Ramos de la Masacre, se convierten en el texto en el cronotopo espacio-temporal en el que chocan grupos, identidades e ideologías. La salida a la calle ese día le enseña a la niña la violencia a mansalva del estado hacia los que luchan en contra del sistema colonial en el País. Asimismo, el asesinato indiscriminado y la pérdida de dos de sus seres queridos, su titi y Georgina, suponen un umbral decisivo en el proceso de madurez de la protagonista, como se aprecia cuando dice: “recordaré desde siempre aquel momento como uno decisivo en mi formación” (179). La ubicación espacio-temporal destacada desde el título del cuento establece un referente inequívoco que invita al recuerdo y la reflexión de las complejas dinámicas históricas, sociales, culturales y políticas del pasado, así como a la configuración de identidades individuales y colectivas, en un esfuerzo para comprender el presente y replantear el fututoEl espacio de la calle es donde la niña se enfrasca en una pelea física con su amigo Joselito; él le pega por hacerlo llorar al hablarle de su madre muerta y ella le devuelve el golpe con un puño, además, el niño le hala el pelo y ella responde con “un burrunazo en la barriga” (178). Este comportamiento rompe con la conducta esperada de las niñas en una sociedad patriarcal, lo que representa un acto transgresor al descartar el modelo “femenino” tradicional para asumir el considerado como “masculino”. 

La protagonista del cuento manifiesta y percibe un sentimiento de otredad no solo en lo concerniente a su género, edad, contexto familiar e ideales políticos aprendidos en el hogar, sino también en la sugerida homosexualidad futura; esta se insinúa mediante algunos comportamientos considerados como masculinos, la identificación con la Titi y los sueños con su amiga Georgina antes de que muriera. La tía es descrita por la niña a través de sus acciones, en particular las llevadas a cabo de sus manos “diestras y fuertes” (174) que trabajan por la patria y la familia. Una de las tareas de la tía que se detallan recurrentemente en el texto es como ella exprimía las ubres de las dos vacas de la casa. Es significativo que haya dos rumiantes en el hogar, lo que duplica el modelo de composición familiar conformado por las dos mujeres y también apuntan al simbolismo de la madre nutricia. Las características de estas diosas/mujeres/bovinas, asociadas con la creación, vida y alimentación, remiten a Neith, que según Cirlot, era una deidad primigenia de rasgos andróginos o ginandros.  Los dedos de la tía al ordeñar a los animales también causan fascinación en la niña que detalla como estos “se abren y cierran como bocas de becerro tierno, solicitando en porfavores convulsivos, el líquido amarillento. Son como los párpados que albergan los ojos; se separan y se juntan, y pulsan como la placenta destejida de alguna criatura recién parida” (175). Esta descripción fragmentada sugiere la creación de una criatura diferente, libre de los parámetros hegemónicos, y parece encarnada en la niña del relato, criada y alimentada por dos madres. Este recuerdo es evocado nuevamente al final de la historia cuando la protagonista señala que despertará y correrá “hacia un lugar inexistente, creyendo ir a reparar en las hinchadas y solitarias ubres de nuestras vacas” (179-180) por lo que se quedará, “a partir de ese día, con el deseo trunco por no poder volver a verla viva” (180). El dolor y el coraje de la protagonista refleja no solo la pérdida de un ser querido irremplazable, sino de otro modelo de identidad propia.

Otro rasgo de la protagonista de la historia que amplía las alternativas para criticar la visión de mundo tradicional y que abona a su abyección y marginalidad temprana es su capacidad para hablar y ver a personas muertas en sueños, pero solamente a aquellas con las que no tuvo un vínculo afectivo mientras estaban vivas. Este mundo onírico, poblado mayoritariamente por fantasmas, también está cargado de elementos premonitorios como los juegos con Georgina mientras estaban rodeadas de policías armados, la despedida de su amiga en medio de un patio rojo previo a su asesinato y el llanto de Luis, el hermano de su madre, antes de la Masacre. En los sueños se repite la imagen agrandada del patio de su casa en la calle Aurora; este “se estira, ensancha sus horizontes y esquinas, no se queda del tamaño chiquito que es, sino que cubre todo el barrio Bélgica, hasta llegar a la tienda de café, a la panadería y al correo” (173). La carga simbólica de este espacio exterior, vinculado con la casa o lo interior, apunta al deseo de expandir hacia afuera los modelos del recinto seguro y traspasar los lindes establecidos por la sociedad patriarcal. En un principio, cuando las fronteras del patio se desdibujan y se ensanchan, el espacio aparece rodeado de verdor y es el territorio de encuentros, juegos y aventuras; el mundo inocente y feliz de la niñez. Sin embargo, al final aflora pintado de rojo y se convierte en campo de batalla invadido por fuerzas externas, en el lugar del dolor, donde la protagonista pierde la inocencia violentamente. La unión de las zonas soñadas (internas e imaginativas) y las vividas (externas y coexistidas) se conjugan en la protagonista al descubrir las dinámicas sin límites del poder y se convierten en experiencias guardadas a través de la memoria que van a incidir en su cosmovisión y en la construcción de su subjetividad.

En fin, “Calle Aurora, Domingo de Ramos” de Yolanda Arroyo Pizarro recrea la Masacre de Ponce, suceso histórico que prácticamente ha sido silenciado desde aquel 21 de marzo de 1937 por los que detentan el poder y por las instituciones en las que se apoyan. Por lo tanto, la narración invita a rescatarlo del olvido y a denunciar la violencia simbólica y material que sufren los que luchan por una patria diferente. Por otra parte, el final sombrío y abierto apunta a la necesidad de crear espacios sociales y culturales compartidos e inclusivos de otras identidades personales y de nación, dejando atrás la inocencia inicial y estando conscientes de las dificultades y el dolor que esto conlleva. En palabras de Albizu: la ley del amor y del sacrificio no admiten la separación.

Bibliografía

Agamben, Giorgio. Infancia e historia. Ed. A. Hidalgo. Argentina: AH, 2011.

Amaro, Lorena. “Niños que hablan fuerte.” Nomadías 15 (2012): 289-294. 

Arroyo Pizarro, Yolanda. “Calle Aurora, Domingo de Ramos.” La Patria organizada. Antología 

de narrativa del nacionalismo puertorriqueño. San Juan: Libros de la iguana, 2015. (pp. 173-180).

Cirlot, Juan E. Diccionario de símbolos. Barcelona: Siruela, 1997.

Denis, Nelson A. War Against all Puerto Ricans. Revolution and Terror in America’s 

            Colony. Nueva York: Nation Books, 2015.

Gelpí, Juan. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. Río Piedras: Editoria UPR, 1993. 

Lefebvre, Henry. The Production of Space Trans. Donald Nicholson-Smith. Oxford: Basil 

            Blackwell, 1991.

Rosado, Marisa. El Nacionalismo y la violencia en la década de 1930. San juan: Puerto, 2007.

Torres, Lourdes. “Boricua Lesbians: Sexuality, Nationality and Politics of Passing”. Journal of 

            the Center of Puerto Rican Studies 19.1 (2007): 230-49.

 

 

 

 Las radicales rojas: las mujeres detrás del comunismo puertorriqueño durante la Tercera Internacional, 1934-1945

 

Emmanuel Figueroa Rosado 

            El comunismo puertorriqueño durante el periodo de la Tercera Internacional (1919-1943) ha sido identificado en nuestra historiografía como un pequeño grupo de estalinistas que no tuvo mucho impacto en el agitado periodo de los años 30 y que se desvaneció dado al gran fenómeno que fue el Partido Popular Democrático (PPD) y su figura principal, Luis Muñoz Marín.[1] Sin embargo, como aquí trataré de presentar, hay más allá de lo que se ha supuesto. Detalles de la construcción del primer partido comunista, la relación entre los comunistas y las bases ideológicas y sociales en el génesis del PPD, más las causas comunistas en las luchas sociales y políticas de la década del 30 y el 40 presentan un aspecto más amplio de lo que conocíamos acerca de la historia de Puerto Rico.

            En esta ponencia me concentraré en un grupo de mujeres que sirvieron de motor para el comunismo puertorriqueño que, no tan solo se limitaba a la isla, sino que se extendía hasta Nueva York. Estas mujeres trabajaron como organizadoras, dirigentes, propagandistas e intelectuales para las diferentes causas y procesos en dónde el comunismo puertorriqueño se insertó. Algunas son ampliamente conocidas, como Consuelo Lee Tapia y la poeta Julia de Burgos. Otras han sido presentadas por nuestra historiografía, pero de manera limitada, como es el caso de Jane Speed. Mientras que la mayoría han sido olvidadas o relegadas a la oscuridad histórica, como es el caso de Ramira Mangual de Turet. 

            Este enfoque viene a raíz de un giro historiográfico que trajo la caída de la Unión Soviética luego de 1991. La apertura de los archivos hizo que muchos historiadores, particularmente del comunismo estadounidense, reconsideraran sus posturas esbozadas durante la Guerra Fría. Algunos se han enfocado en el espionaje, mundos “subterráneos” o “secretos” del comunismo;[2] otros se en las diferentes células y organizaciones de índole comunista que se insertaron en causas de justicia social, antimperialismo y antifascismo.[3] De esta última vertiente pretendo presentar la historia de estas mujeres que, en múltiples ocasiones, se involucraron en la lucha en contra de la segregación racial en el sur de los Estados Unidos; en los diferentes conflictos obreros de la isla y los estados; en las causas para defender a los nacionalistas apresados y en la lucha por la independencia de Puerto Rico.  

Diáspora radical 

El “comunismo puertorriqueño” y sus interacciones entre la diáspora (en Harlem) y la isla se pueden representar a través de la figura de Consuelo Lee Tapia. Nacida de una familia de clase alta, nieta de uno de los gigantes históricos del siglo XIX, Alejandro Tapia, Lee Tapia realizó un giro de 180 grados al abandonar dicho núcleo en la década del 30 y unirse en Nueva York al Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA). Junto a Juan Antonio Corretjer y en concordancia con el secretario general del CPUSA, Earl Browder, fundaron en 1943, Pueblos Hispanos

El periódico, en términos de cómo se relacionaba con los elementos internacionales de la Comintern, seguía una línea de “frente amplio”, que unía los dos partidos minoritarios en Puerto Rico: el Partido Nacionalista de Puerto Rico y el Partido Comunista de Puerto Rico. La reciente apertura de los archivos de la Comintern muestra que la alianza entre ambas corrientes era fomentada dado a que abría paso “a la creación del Frente Popular” en la isla.[4]

Como explica Christina Pérez JiménezPueblo Hispanos ayudó a “inter-nacionalizar” la causa anticolonial en la isla.[5] Consuelo Lee Tapia en su posición como enlace de los comunistas en Pueblos Hispanos fue crucial para este desarrollo. [6]  La publicación representaba “varios intereses sociales y políticos” de los grupos hispánicos en los Estados Unidos. Temas cómo la experiencia migratoria de personas del Caribe a los Estados Unidos, la independencia de Puerto Rico y las luchas de diferentes frentes radicales en Latinoamérica eran plasmados en sus escritos.[7]

No podemos obviar el aporte de Julia de Burgos en dicho órgano. Hay que hacer la aclaración que, Julia de Burgos no era comunista, era nacionalista. A pesar de que su poesía tenía un elemento de consciencia de clase y que sus familiares, Consuelo y Sáez Corales sí lo eran, ésta no encaja en la clasificación de dicha ideología.[8] Sin embargo, esto no descarta la labor intelectual de Burgos en el periódico. En su rol como editora de arte y cultura de Pueblos Hispanos, Burgos presentó varías corrientes que se verán materializadas en los subsiguientes años en la izquierda puertorriqueña. Ésta presentaba poemas en apoyo a la independencia y el potencial de Latinoamérica; escritos acerca del internacionalismo anti imperial, las luchas obreras de la isla y críticas culturales. Aunque de corta duración, la colaboración de Consuelo Lee Tapia y Julia de Burgos fue estimulante, especialmente para alianzas que no lograban concretarse en la isla, pero sí en la diáspora, entre comunistas y nacionalistas. 

De Alabama a San Juan

Como he indicado, esta labor era mayormente de corte intelectual y cultural, por parte de dos prominentes mujeres que la historia ha podido resaltar. Otras comunistas confrontaron diferentes destinos. La mayoría de las mujeres en el comunismo puertorriqueño provenían de trasfondos obreros, algunas eran independientes, otras se casaban con sus camaradas. Veían en el bolchevismo una alternativa a la situación social y política de Puerto Rico. Muchas continuaban largas batallas por la causa proletaria, organizaban huelgas, se insertaban en sindicatos, recaudaban fondos para el partido y la misma Unión Soviética durante la guerra. Como explica Vivian Gornick, nada en el siglo XX pudo producir el universo de experiencias internas como el comunismo.[9]  

Jane Speed era una combinación de estas descripciones. Era primordialmente una rebelde del sur de los Estados Unidos que provenía de una familia aristocrática de Kentucky y Alabama. Fue parte de diferentes esfuerzos en el sur en la década del 30: el juicio de los chicos de Scottsboro, la lucha en contra de la segregación racial y las batallas obreras que libraban muchos afroamericanos en la aparcería.[10] Captó la atención de Browder, nombrándola organizadora de su campaña presidencial en 1936.[11] En 1939 fue enviada a la escuela nacional del partido en Nueva York, donde conoció a un joven comunista puertorriqueño, César Andreu Iglesias.[12] Al casarse con Andreu Iglesias, rompió con la última tolerancia que le tenían sus familiares, nunca regresó al sur y se mudó a Puerto Rico junto a su madre.[13]

Al abrir las carpetas del FBI de los años del Partido Comunista de Puerto Rico (PCPR) durante la Internacional, el nombre de Speed aparece esparcido en todas partes. Sin lugar a duda, su compromiso con el comunismo no mermó al llegar a la isla, todo lo contrario, incrementó. En Puerto Rico, era parte esencial del Comité Central; en San Juan, era la presidenta del Comité Municipal del Partido Comunista.[14] En ocasiones, cuando se fundaba un comité en otro pueblo de la isla, Speed tenía que viajar para organizar y establecer discursos de apertura.[15] Al lado de sus camaradas, era la que más seguía la línea soviética, en muchas ocasiones pidiendo los nombres de los “fascistas y quinto columnistas” del país, organizando a obreras y recaudando fondos para la causa de guerra rusa.[16] Ciertamente, al evaluar a la agrupación que, en su punto más alto, no sobrepasó más de 600 personas, el Partido Comunista (PC) no se habría podido mover de la manera que hizo durante la Segunda Guerra Mundial sin el espíritu rebelde de Speed.  

La comunista olvidada: Ramira Mangual de Turet

Ramira Mangual de Turet tuvo una trayectoria en Puerto Rico similar a la de Speed. Fue parte del comité fundador del PCPR en 1934, fungió como parte del Comité Central de PC durante la época de la Tercera Internacional. Además, era miembro de la Confederación General de Trabajadores (CGT) en Ponce. Pese a esto, su única mención en nuestra historiografía aparece en la fecha de fundación del partido el 23 de septiembre de 1934.[17] Al igual que Speed, debido a su tamaño reducido, el PCPR no podría haber funcionado sin su presencia. 

Aunque todavía faltan piezas por completar, sabemos que Ramira Mangual era de Ponce, Puerto Rico.[18]Durante el periodo de guerra tenía 48 años y estaba casada con un labrador de nombre Cleofe Turet.[19] Su rol en el PC era vital para las conexiones con miembros del movimiento obrero en el sur. Mangual junto a otro comunista de Ponce, el doctor José Lanauze Rolón, eran las dos figuras a quienes el presidente del PCPR, Juan Santos Rivera, acudía para tareas organizativas que requerían esfuerzos herculinos.[20] El estatus de ésta en el partido era de gran prestigio. Cuando un compañero que fue parte del comité fundador en 1934 falleció, Mangual inmediatamente contacto a Santos Rivera y le indicó que tenían que dedicarle “Página de la Semana”—el órgano del PCP.[21] Estaba encargada de dar discursos por los comités municipales del partido, distribuir propaganda y representar a la CGT en Ponce.  

De igual forma, Ramira Mangual no es la única comunista invisibilizada. Nombres como Leonor Masso, Mariana Cotto, Dolores Estrada González, la misma Consuelo Burgos, se encuentran en el abismo histórico. Muchas de ellas vivieron el auge y la euforia que representaba estar del lado comunista durante la Segunda Guerra Mundial. Igualmente, vivieron la decadencia luego de 1945, cuando el final de la guerra abrió paso a la Guerra Fría. Muchas fueron espiadas, perseguidas y arrestadas durante las subsiguientes décadas. El punto de esta ponencia es resaltar su presencia e impacto entre los comunistas y aportar a una nueva vía de investigación en el todavía creciente estudio del comunismo puertorriqueño. 



[1] Ver Bolívar Pagán, Historia de los partidos políticos puertorriqueños 1898-1956, tomo II (San Juan, Puerto Rico: M. Pareja-Montaña, 1972), 55-56; Gordon K. Lewis, Puerto Rico: Freedom and Power in the Caribbean (Nueva York: Monthly Review, 1963), 236.

[2]Un ejemplo de esto es la obra de Harvey Klehr, John Earl Haynes y Fridrikh Igorevich Firsov, The Secret World of American Communism (New Haven, Connecticut: Yale University Press, 1995).

[3] Un ejemplos de esta línea es Randi Storch, Red Chicago: American Communism at its Grassroots 1928-1935 (Chicago: University of Illinois Press, 2009). 

[4] Rossiiskii gosudarstvennyi arkhiv sotsialno-politicheskoi istorii (RGASPI), f. 495, op. 17, d. 9, l. 34. 

[5] Christina Pérez Jiménez, “Puerto Rican Colonialism, Caribbean Radicalism, and Pueblos Hispanos´s Inter-Nationalist Alliance,” Small Axe 60 (noviembre 2019):50-68. 

[6] Margaret Power, “Friends and Comrades: Political and Personal Relationships between Members of the Communist Party USA and the Puerto Rican Nationalist Party, 1930s-1940s,” en Making the Revolution: Histories of the Latin American Left, Kevin Young (ed.) (Cambridge, Reino Unido: Cambridge University Press, 2019), 125. 

[7] Véase Vannesa Pérez Rosario, Becoming Julia de Burgos: The Making of a Puerto Rican Icon (Chicago: University of Illinois Press, 2014), 75-76. 

[8] El mismo FBI la clasificaba como “nacionalista”, véase Harris Feinsod, “Between Dissidence and Good Neighbor Diplomacy: Reading Julia de Burgos with the FBI,” Centro Journal 26, núm. 2 (otoño 2014): 98-127.

[9] Vivian Gornick, The Romance of American Communism [1977] (Londres: Verso, 2019), 13.

[10] Catherine Fosl, “Life and Time of a Rebel Girl: Jane Speed and the Alabama Communist Party,” Southern Historian 17 (primavera 1997): 45-65. 

[11] Mary Stanton, Red, Black, White: The Alabama Communist Party 1930-1950 (Athens, Georgia: Georgia University Press, 2019), 145. 

[12] Georg Fromm, César Andreu Iglesias: aproximación a su vida y obra (Río Piedras, Puerto Rico: Ediciones Huracán, 1977), 145. 

[13] Curiosamente, Mary Clark Speed también fue parte del Partido Comunista en Alabama y en Puerto Rico. 

[14] FBI, carpetas del PCP, subserie 1 (PCP-SJ-100-20-Vol 2), folio 9, 93.

[15] Ibid., folio 8.

[16] Ibid., folio 91.

[17] Ver Pagan, Historia de los partidos, 55. 

[18] 1940 Ponce, Puerto Rico, imagen digital s.v. “Ramira Mangual de Turet,” Ancestry.com 

[19] 1940 Ponce, Puerto Rico, imagen digital s.v. “Cleofe Turet,” Ancestry.com. 

[20] FBI, carpeta del PCP, subserie 2 (PCP-SJ-100-20-vol 3), folio 61,64-65. 

[21] Ibid., folio 64. 

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