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Memorias del VII Coloquio Primer Panel



Panel: Más allá del trabajo doméstico


Entre las cacerolas, las sábanas y el púlpito: el quehacer laboral de nuestras pastoras
Sarah González López, M.A.

Se incluirá una descripción de tareas y su alcance, las escalas salariales, su estructura y una comparación de las mismas respecto de los varones. Su quehacer como madres y esposas y otras opciones sexuales donde, además de vivir su propia realidad como por ejemplo el lesbianismo, se contempla también el celibato como una de las opciones preferenciales.

El problema del acoso sexual se ha de explorar de forma tangencial como uno no privativo de la "sociedad secular".


Trabajo doméstico: ¿trabajo de mujeres?
Jenice M. Vázquez Pagán, PhD
Escuela Graduada de Trabajos Social Beatriz Lasalle
Universidad de Puerto Rico
Recinto de Rio Piedras
Resumen
     En la sociedad capitalista colonial moderna el trabajo es uno de los ejes principales para controlar la producción y sus productos a nivel mundial. Este control genera mayor explotación de los trabajadores y trabajadoras y menos acceso de éstos a los recursos de la sociedad (Quijano, 2000)[1]. Esto es particularmente cierto para las mujeres, quienes además de enfrentar el sistema capitalista de opresión, deben enfrentar el sistema de dominación patriarcal, el cual a su vez es generador de desigualdad y opresión social. Analizamos el trabajo no remunerado del hogar desde una perspectiva de género, la cual nos permitirá evaluar de manera sistemática la organización social del trabajo no remunerado del hogar.
     En este trabajo presentamos algunos de los hallazgos relacionados con el trabajo doméstico no remunerado que realizan las mujeres en Puerto Rico. El estudio realizado desde la disciplina del trabajo social narra las experiencias vividas por mujeres trabajadoras asalariadas quienes, además, realizan las tareas no remuneradas del hogar. Se realiza un análisis desde la perspectiva de género y los derechos humanos de sus vivencias y el efecto en el trabajo asalariado.
Introducción
     Los fenómenos sociales deben ser estudiados en su contexto y en conexión con otros factores o procesos sociales. A lo largo de la historia, las relaciones de producción se han articulado de diferentes formas y no necesariamente como las conocemos en la modernidad. Así, por ejemplo, el trabajo no asalariado de las mujeres, como relaciones de producción debe evaluarse tomando en consideración fenómenos como las clases sociales y el género.
     Con la conquista y colonización española relegó la estructura comunitaria indígena como forma de producción dominante, lo que ha sido considerado como parte de un capitalismo naciente (Álvarez de Lovera, M., 1994)[2]. Este cambio trajo consigo la explotación de los y las indígenas quienes no estaban acostumbrados a las funciones que se les requerían en las fincas. Posteriormente, la mano de obra de los indios e indias fue sustituida por los negros y negras esclavas, quienes fueron utilizados para suplir mano de obra de naturaleza barata y en ocasiones se utilizaba su fuerza de trabajo sin ninguna compensación. El sistema establecido por los españoles fue generando una estratificación étnica social, donde lo blanco estaba ligado a la situación de dominación y privilegio y constituían la clase dominante; los indios, negros, mulatos y mestizos constituían una clase explotada. Esta situación trascendía la estructura meramente económica y se reflejaba en la estructura social, en general. La diferenciación social antes descrita, se reflejó en la situación de las mujeres quienes fueron quedando relegadas a las tareas de naturaleza doméstica y a las relacionadas con la crianza de los hijos e hijas. Esta división del trabajo en términos sexuales ha trascendido hasta nuestros tiempos y es justificada como una natural. La división sexual del trabajo forma parte de la ideología capitalista patriarcal que impera en la sociedad moderna (Colón, 2003)[3].
     Según Quijano (2000), el capitalismo es un sistema que rige las relaciones económicas de determinada sociedad y es un sistema de explotación. El patriarcado por su parte es considerado como un sistema de estructuras y prácticas sociales mediante las cuales se mantiene la subordinación, opresión y explotación de las mujeres por parte de los hombres (Comisión Judicial Especial para Investigar el Discrimen por Género en los Tribunales de Puerto Rico, 1995).  Dentro de este contexto de explotación económica y subordinación social, veremos la inserción de las mujeres al mundo del trabajo asalariado y visibilizaremos el trabajo no remunerado del hogar en Puerto Rico desde la perspectiva de género.
Concepciones sobre género
     A partir de la década de los sesenta la teoría feminista se ha desarrollado vertiginosamente tanto en Europa, Estados Unidos, como en América Latina. Según expresaran Alda Facio y Lorena Fries (1995)[4], para la década del sesenta se produjo tanta teoría feminista y modelos para llevar a cabo la misma que se comenzó a hablar de diferentes feminismos: el liberal, el socialista o marxista, el cultural, el radical y el lésbico radical, entre otros. Se habla de metodologías feministas tanto para referirse a las prácticas de la acción feminista, como a las formas de generación del conocimiento. La perspectiva feminista, según Valle (1999), enfoca el contexto socio-político del poder y el control que ejerce el hombre en la sociedad patriarcal. Por otro lado, el género puede ser definido como una red de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, valores, conductas y actividades que diferencian lo masculino de lo femenino. Además, indica que, en tanto categoría de análisis, el género presenta rasgos propios como su carácter relacional que trata las relaciones de poder; y una construcción histórico-social que se produce a lo largo del tiempo y de modo diverso. Tomando como punto de partida la definición de género señalada anteriormente, la cual establece un carácter relacional e histórico social de las relaciones entre los géneros, analizaremos las diferentes concepciones el trabajo no remunerado.
Organización social del trabajo
     Según plantean Borderías y Carrasco (1994)[5], a partir de la década de los sesenta, el concepto trabajo ha sido utilizado tradicionalmente para referirse a tres dimensiones de manera indistinta: actividad, empleo y trabajo. Desde este punto de vista se produce la distinción entre los activos u ocupados, o sea quienes tiene un empleo; los activos desocupados o desempleados y los inactivos o que no están en la búsqueda de empleo. Por otro lado, en las sociedades capitalistas se categoriza el trabajo en asalariado y no asalariado y se utiliza esta categorización como una de las formas en que se han vinculado las esferas de lo público (relaciones políticas y económicas) y los llamados sectores privados (familia, agricultura de subsistencia o chiripeo) (Colón, B., 1997)[6]. Esta categorización ha definido en gran medida el mercado de trabajo durante las últimas décadas del siglo XX y en los inicios del Siglo XXI. Sin embargo, se ha visto impactada por otros fenómenos como lo es la globalización. 
     En el caso de las mujeres, las categorías descritas han impactado su participación en el mercado laboral, la cual según Acevedo (1987)[7], está caracterizada por la interrelación de tres factores: 1) segregación ocupacional; 2) diferencias salariales; 3) desplazamiento de la fuerza laboral femenina en períodos de sobreabundancia de mano de obra o debido a la introducción de tecnología avanzada. Por otro lado, las categorías señaladas, invisibilizan el trabajo no remunerado, particularmente el trabajo doméstico no asalariado o no remunerado. 
     Trabajo asalariado
     Las transformaciones que las economías Latinoamericanas y del Caribe han experimentado en las últimas décadas, se han traducido en cambios significativos en el mercado de trabajo, incluyendo la incorporación masiva de las mujeres a la actividad económica. La tasa de participación en el empleo de las mujeres ha aumentado y mantiene una tendencia en esta dirección (Pollack, 1997).
     Según establece Piras (2006)[8], la vinculación de un mayor número de mujeres a la fuerza de trabajo es un acontecimiento positivo, lo cual aumenta la productividad y el crecimiento. Además, señala que, en el contexto de desarrollo económico el aspecto más importante del trabajo remunerado de la mujer es su impacto potencial en la reducción de la pobreza. Sin embargo, otras teorías consideran que la inserción de las mujeres en el mercado laboral se ha dado a través de tendencias hacia su marginación y hacia la utilización como una mano de obra menos costosa en el mercado de trabajo, lo que reproduce su condición de subordinación (Colón Warren, 2003)[9]. Estas manifestaciones reflejan que la inserción de las mujeres en el mundo del trabajo no se produce en un marco de igualdad. Por el contrario, se produce en un marco de precariedad, inestabilidad y bajos salarios. Por otro lado, las mismas reflejan que las mujeres ingresan al mundo laboral público, sin embargo, los hombres no acceden al mundo laboral privado. Esta situación, a su vez trae como consecuencia que las mujeres se expongan a jornadas de trabajo más largas o dobles jornadas.
Para las mujeres que se incorporan al trabajo asalariado, la doble jornada consiste en la expectativa social de que después de un día de trabajo asalariado, la mujer llegue al hogar y realice todas las tareas domésticas de ama de casa, madre y esposa (Comisión Judicial para Investigar el Discrimen por Género en los Tribunales de Puerto Rico, 1995)[10]. Esta situación, ha generado una nueva forma de opresión y apropiación por parte del sistema económico de la mano de obra abaratada de la mujer, quien además de producir bienes y servicios en el mercado productor de ingresos, también produce bienes y servicios que no son remunerados por el mercado.
     Trabajo no asalariado o no remunerado
     Según establece Baerga (1984)[11], el concepto de trabajo no asalariado se refiere a la variedad de tareas que realizan millones de mujeres, niños, niñas, campesinos y otros llamados marginados a través del mundo, dirigidas a llenar las necesidades básicas de los seres humanos directa e indirectamente y por las cuales no se recibe un salario. Esta falta de pago ha hecho que estas tareas sean invisibilizadas en la economía. Por otro lado, Baerga plantea que la mujer siempre ha trabajado, pero la naturaleza del trabajo ha cambiado a través del tiempo. En la comunidad primitiva, la participación de la mujer en el trabajo agrícola no se diferenciaba del hombre, se hacía en forma común y era valorada en forma comparable con la labor realizada por los hombres. Con la disolución de la comunidad primitiva, el trabajo de la mujer fue progresivamente limitado a la elaboración de productos para el consumo privado y a la reproducción y mantenimiento de la fuerza trabajadora. Asimismo, con la disolución de la comunidad primitiva se hace énfasis en la división sexual del trabajo, lo que impone ámbitos adecuados de acción para cada género. Las funciones realizadas por las mujeres se fueron limitando al ámbito doméstico, a la crianza de sus hijos e hijas, al cuido de sus familiares. De este modo, las funciones realizadas por las mujeres en su hogar no son remuneradas por no considerarse las mismas como actividades económicamente productivas o generadoras de ingresos. Sin embargo, cuando estas mismas actividades son ofrecidas a través del mercado, se realiza la correspondiente paga. Este cambio en la valorización del trabajo doméstico no remunerado ha impactado la calidad de vida de las mujeres y sus respectivas familias, ya que al no tomar en consideración el trabajo realizado en el ámbito privado, limita el acceso de éstas a los bienes y servicios de la sociedad y el pleno ejercicio de su ciudadanía.
     A pesar de los cambios descritos y el impacto que éstos han generado en la vida de las mujeres, por mucho tiempo, los Estados no han generado indicadores que tomen en consideración esta situación y permitan desarrollar políticas públicas que minimicen este impacto y propicien la equidad entre los géneros.   
     El trabajo de las mujeres en el hogar
     El trabajo doméstico ha sido definido como aquellas actividades que resuelven todo lo relativo a la reproducción de la fuerza de trabajo y el funcionamiento de la sociedad: alimentación, higiene, cuido de los niños y ancianos, atención de la salud del grupo familiar. Enchautegui (2004)[12] clasifica los trabajos domésticos en siete categorías (1) preparación de alimentos y limpieza después de comida; 2) limpieza de la casa; 3) lavado y planchado de ropa; 4) tareas del patio; 5) cuidado de plantas y animales; 6) reparaciones del hogar y 7) finanzas del hogar). Este trabajo por ser realizado fuera del sistema de mercado no es valorado ni remunerado, no aparece en las estadísticas de empleo y es invisibilizado. El problema de la invisibilidad del trabajo doméstico en las estadísticas oficiales se produce debido a que conceptualmente se ha confundido producción con producción de mercado y trabajo con empleo, no considerando como trabajo la producción de bienes y servicios que tiene lugar en la esfera familiar o que se encauza por medio del trabajo no remunerado y que no se contabiliza en el sistema de cuentas nacionales (CEPAL, 2003)[13]. Sin embargo, las trabajadoras domésticas producen bienes y servicios que generan beneficios, no sólo para la unidad privada de la familia sino para la sociedad en general.
Borderías y Carrasco (1994)[14], establecen que hasta muy recientemente la mayor parte de las disciplinas han ignorado la problemática del trabajo doméstico y se encuentran desprovistas de instrumentos teóricos y metodológicos para abordar el trabajo doméstico no asalariado. A partir de la década del sesenta se iniciaron estudios desde la psicología del trabajo, dirigidos más bien al rol y la condición social de las amas de casa.
     Datos ofrecidos por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)[15], reflejan que el trabajo doméstico (nanas, criadas o empleadas de limpieza) es la principal ocupación de las mujeres latinoamericanas que están en el mercado de trabajo. Para las mujeres que trabajan asalariadamente en el servicio doméstico, la jornada legal diaria puede exceder las doce horas. Precisamente, en este trabajo queremos enfatizar en el trabajo doméstico no asalariado o no remunerado.
     En 1995, la Plataforma de Beijing reconoció que la mujer contribuye al desarrollo no sólo mediante su trabajo remunerado sino también mediante la labor no remunerada, a través de la producción de bienes y servicios para el mercado y el consumo en los hogares y en la agricultura (s.f.). Como resultado del reconocimiento expresado en la Plataforma de Beijing, durante los últimos años varios organismos internacionales y nacionales han desarrollado propuestas metodológicas e instrumentos que permitan hacer visibles las desigualdades de género en este tema. Algunos de los mecanismos desarrollados han sido: las encuestas de uso de tiempo, medición y valoración económica del trabajo no remunerado de las mujeres en el hogar y la comunidad y la medición de lo que contribuye este trabajo a las economías nacionales.  Algunos de estos estudios han demostrado que existe una producción, realizada principalmente para los hogares por las mujeres consideradas inactivas económicamente, que no es valorada en el mercado, pero aumentan el nivel de consumo de la población. Esto ha llevado a considerar la necesidad de una articulación entre la esfera laboral y la familiar, que reduzca los efectos de la segregación laboral y la discriminación por razón de género.
    Las tendencias generales muestran que las mujeres dedican aproximadamente dos terceras partes de su tiempo (70%), contra un treinta por ciento del tiempo destinado por los hombres, al trabajo no remunerado del hogar y cuido de familiares, por lo que invierten mucho menos tiempo en trabajos remunerados. Esto a su vez provoca, que las mujeres responsables de las tareas del hogar sean más pobres (CEPAL, 2007)[16]. Por otro lado, estudios relacionados con el uso del tiempo demuestran que del promedio de doce horas de trabajo que una mujer realiza durante el día, más de cinco horas-casi la mitad de su jornada laboral-está dedicada al trabajo doméstico no remunerado. En cambio, los hombres trabajan un promedio de 10.7 horas diarias, de las cuales 7.8 horas las dedican al trabajo remunerado.
     La experiencia de Puerto Rico
     En el caso de Puerto Rico, debemos comenzar por señalar que según expresaran Guardiola y Serra (2002)[17],  en términos políticos es una colonia de los Estados Unidos de Norteamérica; y en cuanto a su sistema económico es uno capitalista dependiente. La realidad colonial de Puerto Rico presupone la no determinación de nuestro pueblo en muchas de las políticas económicas y laborales que rigen en el país.
Durante las últimas décadas del Siglo XX, Puerto Rico experimentó una rápida evolución de una sociedad predominantemente urbana a una rural y de una economía agrícola a una industrial (Rivera Ramos, A.N., 1991)[18].  Como colonia norteamericana, desde principios del siglo XX, Puerto Rico ha sido pionero en los procesos de inmersión en las relaciones capitalistas de los países periféricos (Colón Warren, 2003)[19]. 
     En 1947, se inicia el programa de industrialización conocido como Manos a la Obra que representó un intento del gobierno de Puerto Rico de atraer inversión de capital norteamericano al sector manufacturero mediante la concesión de incentivos industriales, particularmente de exenciones contributivas, con el interés de generar oportunidades de empleo para la población trabajadora, tanto hombres como mujeres (Acevedo, 1997)[20]. Esta política de industrialización significó dejar atrás la economía agraria e iniciar un proceso de desarrollo industrial. El cambio de una economía agraria a una economía industrial tuvo como una de sus consecuencias la incorporación masiva de las mujeres puertorriqueñas a la fuerza de trabajo asalariado, desde la industria de la aguja hasta el presente.
     El trabajo de las mujeres ha asumido diferentes roles a través del desarrollo económico de Puerto Rico. Para la década de 1970, a las mujeres se les consideraba como trabajadoras secundarias, quienes, como dependientes y principales responsables del trabajo doméstico, presuntamente no presentan un vínculo tan estable o permanente con su empleo. Sin embargo, esta visión ha ido cambiando. Actualmente, según datos del Censo 2000[21], en uno de cada tres hogares hay una mujer trabajadora.
     Para Enchautegui (2004)[22] las estrategias de desarrollo de Puerto Rico de los años 1960 a 1980, crearon empleos para las mujeres, pero no eliminaron la segregación ocupacional, ya que la participación de las mujeres aumentó en ocupaciones estereotipadas o denominada femenina. Sobre este particular, Colón Warren (2003)[23] plantea que la segregación por sexos en el mercado de trabajo es el resultado de trasladar la relación tradicional existente en el hogar. Esta segregación ocupacional por sexos es reforzada por tradiciones y costumbres y limita las oportunidades de empleo de las mujeres y, por consiguiente, limitan su pleno desarrollo y el ejercicio de su ciudadanía.
     En Puerto Rico, como en otros países donde la compra y venta es la forma de adquirir los bienes y servicios necesarios, el trabajo realizado bajo otras formas de relación social, como la producción doméstica y el cuidado familiar han quedado invisibilizado y desvalorizado por no ser remunerado. Esta situación de invisibilización, ha provocado que sean pocos los estudios realizados sobre el trabajo no asalariado de las mujeres en Puerto Rico. Por otro lado, los estudios realizados tienen algunas limitaciones como son: posible subestimación del ingreso asalariado falta de datos longitudinales, cambios en el sistema de clasificación de ocupaciones y la falta de información cualitativa sobre el tema (Enchautegui, 2004)[24].
     La Dra. María E. Enchautegui realizó un estudio relacionado con el trabajo de las mujeres en el hogar que se titula Integrando a las Trabajadoras del Hogar en la Política Pública de Puerto Rico. Este estudio tuvo como propósito principal hacer visible la labor productiva de las amas de casas, con miras a identificar políticas públicas que fomenten su bienestar. Específicamente se documentaron las características demográficas y socio económicas de las trabajadoras del hogar; se identificó la aportación de las trabajadoras del hogar a la economía puertorriqueña y se discutieron estrategias de políticas públicas para visualizar a las trabajadoras del hogar como trabajadoras. Para lograr los mismos, se utilizaron datos de la Muestra Individual de Uso Público del Censo de Población de 2000, se examinaron datos publicados por el Departamento del Trabajo y Recursos Humanos del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, se revisaron las políticas de otros países en relación con las trabajadoras del hogar y se utilizó el método de costo del mercado para atribuirle un valor a las tareas domésticas no remuneradas.
     Algunos estudios, citados por Enchautegui (2004, pág.37) establecen que las mujeres trabajan más que los hombres, pero contrario al trabajo masculino, el trabajo de las mujeres es en gran parte no remunerado, resultando en altas tasas de pobrezas para las mujeres. Así por ejemplo, en el año 2000 sesenta y cinco por ciento (65%) de las mujeres entre 20 y 64 años de edad, quienes no eran parte de la fuerza laboral remunerada, estaban bajo el umbral de la pobreza, en comparación con el treinta y cinco por ciento (35%) de las que trabajan en el mercado laboral. Esto hace que las trabajadoras del hogar tengan menos recursos. Según Enchautegui, sus niveles de educación son más bajos; 33% de las trabajadoras del hogar no tienen diploma de escuela superior, en comparación con el 12% de las trabajadoras del mercado. Sólo 23% de las trabajadoras del hogar tienen un grado universitario, pero casi la mitad de las trabajadoras del mercado tienen un grado universitario. Enchautegui plantea que las trabajadoras no asalariadas no se diferencian de las trabajadoras del mercado en términos demográficos sino en términos económicos y que la invisibilización de los trabajos domésticos se debe en gran medida a la monetización de la economía que ha dado énfasis a las tareas productivas que pasan por las cuentas de un sistema monetario. Además, se ha documentado en numerosas instancias que el trabajo no asalariado tiende a rebajar los costos de producción en el sector moderno capitalista, lo que redunda en un aumento de la tasa de ganancia y provoca que el sector capitalista se apropie de fuerza de trabajo abaratada y de los productos generados por esta (Baerga, 1984)[25].
Hallazgos
     Las narraciones compartidas por las mujeres entrevistadas reflejan que las tareas del hogar son complejas y su alcance es mayor que barrer y mapear. En muchos casos las mujeres manifestaron realizar tareas relacionadas con la crianza de los niños y niñas, con la administración de las finanzas familiares, el cuidado de padres, madres y de las mascotas. Cuando auscultamos el tiempo invertido por las mujeres en la realización de las mismas, las respuestas fueron diversas. Sin embargo, la mayoría de las mujeres expresaron que se trata de un trabajo que no termina, que es veinticuatro horas, siete días a la semana. Coincidieron en la descripción sobre las tareas realizadas de manera diaria o semanal y en el impacto que tiene sobre la salud, debido al exceso de trabajo, falta de descanso adecuado, carencia de actividades recreativas, ausencia de servicios de apoyo, entre otros.  Así mismo, expresaron que se afecta su desarrollo profesional, al tener que postergar sus aspiraciones profesionales, y su calidad de vida, al no tener acceso a la educación, servicios médicos y/o psicológicos para ellas y sus hijos e hijas. Esta situación parece agravarse cuando se trata de mujeres jefas de familias, que trabajan asalariadamente y realizan las tareas del hogar. Contradictoriamente, muchas de estas decisiones las mujeres no la ven como un sacrificio, sino más bien como la decisión correcta para ellas y sus familias, lo que constituye una manifestación de las construcciones sociales relacionadas con los géneros.    
Conclusiones y recomendaciones
     La situación descrita nos lleva a concluir que la apropiación del trabajo no remunerado de las mujeres trabajadoras por parte del sistema capitalista colonial constituye un acto de opresión hacia las mujeres, en la medida en que las responsabilidades domésticas no compartidas y no remuneradas afectan las oportunidades laborales, inciden en la toma de decisiones de las mujeres, en el desarrollo de sus potencialidades como seres humanos y en el ejercicio pleno de su ciudadanía.
     La sociedad puertorriqueña, y en especial las mujeres, debemos repensar las formas de producción y la organización social del trabajo. Además, debemos aprender a valorar el trabajo no asalariado, pues el mismo contribuye a nuestra sociedad en términos económicos y sociales. Esta valoración debe ser desde una perspectiva género ya que según señalara Torres Martínez (2003)[26], la compresión de la realidad social puertorriqueña se ha desarrollado utilizando como referencias arquetipos construido desde la experiencia masculina, lo que ofrece una visión totalizadora de la realidad social y cultural de Puerto Rico.
     Asimismo, esta situación debe ser analizada de modo que se propicie mejores condiciones de trabajo para las mujeres trabajadoras, asalariadas o no, desde intervenciones sociales innovadoras, liberadoras y que respeten el derecho de las mujeres sobre su trabajo y el valor social del mismo.  El trabajo no remunerado del hogar no puede seguir siendo trabajo de mujeres.


[1] Quijano, A. (2000) Colonialidad del poder, euro centrismo y América Latina. En Lander: La colonial dad del saber: euro centrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Argentina: CLACSO.

[2] Álvarez de Lovera, M. (1994) La mujer en la colonia: situación social y jurídica. Venezuela: Fondo Editorial Tropykos.

[3] Colón, B. (1987) El valor económico y social del trabajo de la mujer en el hogar. Homines, Vol.10, Núm.2.

[4] Facio, A., Fries, L. (1995). Género y Derecho. La Morada: LOM Ediciones.

[5] Borderias, C., Carrasco, C. Las Mujeres y el Trabajo: Rupturas Conceptuales. Las Mujeres y el Trabajo: Aproximaciones históricas, sociológicas y económicas. Barcelona. Economía Crítica.

[6] Colón, B. (1987) El valor económico y social del trabajo de la mujer en el hogar. Homines, Vol.10, Núm.2.

[7] Acevedo, L. de A. (1987) Política de industrialización y cambios en el empleo femenino en   Puerto Rico: 1947- 1982. Homines, Vol. 10. Núm. 2.

[8] Piras, C. (2006) Mujeres y trabajo en América Latina: Desafíos para las Políticas Laborales. La Mujer en la Fuerza Laboral: Desafíos y temas de Política. Banco Internacional de Desarrollo.

[9] Colón Warren, A. (2003). Género, Sociedad y Cultura. Empleo y reserva laboral entre las mujeres de Puerto Rico. San Juan: Publicaciones Gaviota.

[10] Comisión Judicial Especial para Investigar el Discrimen por Género en los Tribunales de Puerto Rico, (1995). El Discrimen por Razón de Género en los Tribunales: State Justice Institute.

[11] Baerga, M, del C. (1984) La articulación del trabajo asalariado y no asalariado: hacia una   reevaluación de la contribución femenina en la sociedad puertorriqueña. En La Mujer en Puerto Rico, San Juan: Ediciones Huracán. 

[12] Enchautegui, M.E. (2004) La situación de las mujeres en el mercado laboral de Puerto Rico: un análisis comparativo de género. San Juan; Crónicas, Inc.

[13] Comisión Económica para América Latina y el Caribe, (2003). Un Acercamiento a las Encuestas sobre el Uso del Tiempo con Orientación de Género. Chile: Unidad Mujer y Desarrollo.

[14] Ibid.
[15] Comisión Económica para América Latina y el Caribe, (2007). Reflexiones sobre los indicadores de Mercado de Trabajo para el Diseño de Políticas con un Enfoque de Género. Chile: Unidad Mujer y Desarrollo.
[16] Comisión Económica para América Latina y el Caribe, (s.f.). Recuperado el 7 de octubre de 2007 www.cepal.org


[17] Guardiola, D., Serra, J. (2002). Política social y trabajo social en Puerto Rico: Desafíos y alternativas para el siglo XXI. San Juan: Publicaciones Puertorriqueñas.

[18]Rivera Ramos, A.N., (1991). La mujer Puertorriqueña: Investigaciones Psico-sociales, San Juan: Editorial Edil.

[19] Ibid.
[20] Ibid.
[21] United States Census Bureau. (2005). [archivo de datos]. Disponible en el sitio Web del United States Census Bureau, http://www.cdc.gov.

[22] Ibid
[23] Ibid.
[24] Ibid.
[25] Ibid.
[26] Torres Martínez, L. (2003). En Género, Sociedad y Cultura. Fuerza política y autonomía relativa: participación sindical, sufragismo y movimientos feministas de la década de los sesentas.  San Juan: Publicaciones Gaviota.

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